Hace unos días, un apagón inesperado dejó a miles de hogares sin electricidad ni conexión a internet. Móviles sin cobertura, redes sociales fuera de servicio, videojuegos en pausa. Al principio, el caos: miradas inquietas, manos buscando pantallas, la ansiedad del silencio digital.
Pero algo sorprendente ocurrió. Y hoy vengo a hacerte un pequeño resumen 😉 Bueno, todo no fue sorprendente, ese día estuvimos prácticamente todo el día sacando a personas de ascensores, era día de arremangarse y echar un cable, de trabajar más, de ayudar.
Privados de sus dispositivos, muchos jóvenes comenzaron a hacer algo tan simple como poderoso: hablar entre ellos. Volvieron los juegos de mesa, las historias compartidas, los paseos al parque. Padres y madres han contado que sus hijos “volvieron a estar presentes”, «hasta les ha venido bien» y algunos adolescentes quizás sintieron que, por primera vez en mucho tiempo, se sintieron más conectados sin WiFi que con él.
A veces, la desconexión forzada nos recuerda lo esencial:
👉 Que el vínculo humano no necesita batería.
👉 Que el silencio digital puede dar lugar a conversaciones reales.
👉 Que mirar a los ojos vale más que cualquier like.
No esperemos al próximo apagón para recuperar lo que la hiperconexión nos está robando: el tiempo, la atención, el encuentro. No hace falta que surja otro gran apagón, pero sí que podemos hacer voluntariamente «apagones controlados», ¿Qué os parece?
Apagar el wifi de vez en cuando, dejar el móvil apartado en modo avión, sentir la piel con piel antes de un like….
¿Y si empezamos a apagar para volver a encender lo importante?